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Por Ángeles Favela

[Cartas a Clara. México. A fines de febrero de 1947]

[Fragmentos]

Mayecita:

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en una fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.

Por otra parte, no me puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede HACER UNA LETROTA TAN GRANDE…, al escribir una carta. Eso es hacer trampa.

Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego la volví a leer porque hay allí algo que a mi corazón le gusta.

Yo aquí no he ido al cine. El cine sin ti no sirve. No hay ni siquiera el gusto de llegar tarde y no encontrar asiento. Y es que aquí la vida no es nada blandita. A veces me imagino que desde que llegué a esta ciudad he estado enfermo y que no me aliviaré ya jamás.

Lo que te estoy explicando es el ambiente en que vivo desde que entré a la fábrica. Nunca había yo visto tanta materia junta; tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre; para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas.

Y mi conclusión es que uno debe vivir en el lugar donde se encuentre uno más a gusto. La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados.

Ojalá estés bien y tan bonita como ninguna. Tú cariñito santo, recibe todo el amor del que mucho te quiere y del que espera quererte más, y un abrazo enorme y lleno de ternura y muchos besos, muchos, de quien te amará siempre.

Juan

 

Estas son palabras de Juan Rulfo a su mujer, en uno de los muchos mensajes que le escribió a lo largo de su vida.

Las cartas han sido por excelencia el medio de comunicación a distancia. Desde la antigüedad la misiva solía ir sellada como garantía de la privacidad. En ella viajaba la esperanza de que el destinatario la recibiera. En tiempos de guerra un sobre era el contenedor de una buena nueva, o quizá de la fúnebre noticia de la muerte de un ser querido.