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Zona Literálika · BLOG

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Del autor: Wolf Erlbruch   Desde hacía tiempo, el pato notaba algo extraño. —¿Quién eres? ¿Por qué me sigues tan de cerca y sin hacer ruido? La muerte le contestó: —Me alegro de que por fin me hayas visto. Soy la muerte El pato se asustó. Quién no lo habría hecho. —¿Ya vienes a...

Del escritor José Saramago [Premio Nobel de Literatura, 1998) Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de...

Por Ángeles Favela Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. En realidad, no despertó, tuvieron que despertarlo para darle la noticia. El susodicho era Ignatius para servir a su abuela, y José Ignacio para servir a usted y al resto de las personas quienes por...

Ernest Miller Hemingway (Tiempo de lectura: 7 minutos) Sólo dos americanos paraban en el hotel. No conocían a ninguna de las personas que subían y bajaban por las escaleras hacia y desde sus habitaciones. La suya estaba en el segundo piso, frente al mar y al...

Por Ana Elsa Flores Enero de 1987. Una lista de buenos propósitos para un mes que sabe a comienzos: prometo ser paciente con los demás, no pelearme con nadie, estudiar mucho y adelgazar. Febrero del mismo año. Vaya que una cosa es prometer y la otra es...

Texto de la autora Rosario Castellanos (1925 a 1974) Escritora y diplomática considerada una de las voces más importantes del siglo XX. Tiempo de lectura (19 minutos) La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que mancillarla con el uso. Habría que sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos, a evocarla. Fijándose bien esta nitidez, esta pulcritud carece del exceso deslumbrador que produce escalofríos en los sanatorios. ¿O es el halo de desinfectantes, los pasos de goma de las afanadoras, la presencia oculta de la enfermedad y de la muerte? Qué me importa. Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche. Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Por ejemplo, elegir el menú¿Cómo podría llevar al cabo labor tan ímproba sin la colaboración de la sociedad, de la historia entera? En un estante especial, adecuado a mi estatura, se alinean mis espíritus protectores, esas aplaudidas equilibristas que concilian en las páginas de los recetarios las contradicciones más irreductibles: la esbeltez y la gula, el aspecto vistoso y la economía, la celeridad y la suculencia. Con sus combinaciones infinitas: la esbeltez y la economía, la celeridad y el aspecto vistoso, la suculencia y... ¿Qué me aconseja usted para la comida de hoy, experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición, secreto a voces de los supermercados? Abro un libro al azar y leo: “La cena de don Quijote.” Muy literario pero muy insatisfactorio. Porque don Quijote no tenía fama de gourmet sino de despistado. Aunque un análisis más a fondo del texto nos revela, etc., etc., etc. Uf. Ha corrido más tinta en torno a esa figura que agua debajo de los puentes. “Pajaritos de centro de cara.” Esotérico. ¿La cara de quién? ¿Tiene un centro la cara de algo o de alguien? Si lo tiene no ha de ser apetecible. “Bigos a la rumana.” Pero ¿a quién supone usted que se está dirigiendo? Si yo supiera lo que es estragón y ananá no estaría consultando este libro porque sabría muchas otras cosas. Si tuviera usted el mínimo sentido de la realidad debería, usted misma o cualquiera de sus colegas, tomarse el trabajo de escribir un diccionario de términos técnicos, redactar unos prolegómenos, idear una propedéutica para hacer accesible al profano el difícil arte culinario. Pero parten del supuesto de que todas estamos en el ajo y se limitan a enunciar. Yo, por lo menos, declaro solemnemente que no estoy, que no he estado nunca ni en este ajo que ustedes comparten ni en ningún otro. Jamás he entendido nada de nada. Pueden ustedes observar los síntomas: me planto, hecha una imbécil, dentro de una cocina impecable y neutra, con el delantal que usurpo para hacer un simulacro de eficiencia y del que seré despojada vergonzosa pero justicieramente. Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar. Magnífico. Un plato sencillo y sano. Como no representa la superación de ninguna antinomia ni el planteamiento de ninguna aporía, no se me antoja. Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. Es también el aspecto, rígido por el frío; es el color que se manifiesta ahora que he desbaratado el paquete. Rojo, como si estuviera a punto de echarse a sangrar.

Stig Dagerman (Suecia, 1923-1954) Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de...

Por: Horacio Gómez Junco Desde ese día no lo hemos vuelto a ver; simplemente desapareció. Se aprietan en mi memoria los momentos en que Florentino me platicó sus temores y sus esperanzas en ese certamen nacional que convocaba a los escritores a someter a concurso un...

Por Javier Potes Dios creó el mundo en cuatro días, el quinto dispuso a los animales sobre la tierra y, al sexto, a la mujer y al hombre. Descansó el séptimo día, pero durante el octavo se dio cuenta de que a su mundo perfecto le...