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Zona Literálika · BLOG

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Por Ana Elsa Flores Enero de 1987. Una lista de buenos propósitos para un mes que sabe a comienzos: prometo ser paciente con los demás, no pelearme con nadie, estudiar mucho y adelgazar. Febrero del mismo año. Vaya que una cosa es prometer y la otra es...

Por Demetrio M. Velasco La lectura de obras de ficción es un encuentro de personalidades en que el escritor propone una historia, plantea una idea, lanza una provocación al aire y, del otro lado del texto, un lector interpreta, completa la historia, lee entre líneas, vislumbra...

Texto de la autora Rosario Castellanos (1925 a 1974) Escritora y diplomática considerada una de las voces más importantes del siglo XX. Tiempo de lectura (19 minutos) La cocina resplandece de blancura. Es una lástima tener que mancillarla con el uso. Habría que sentarse a contemplarla, a describirla, a cerrar los ojos, a evocarla. Fijándose bien esta nitidez, esta pulcritud carece del exceso deslumbrador que produce escalofríos en los sanatorios. ¿O es el halo de desinfectantes, los pasos de goma de las afanadoras, la presencia oculta de la enfermedad y de la muerte? Qué me importa. Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche. Yo anduve extraviada en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Por ejemplo, elegir el menú¿Cómo podría llevar al cabo labor tan ímproba sin la colaboración de la sociedad, de la historia entera? En un estante especial, adecuado a mi estatura, se alinean mis espíritus protectores, esas aplaudidas equilibristas que concilian en las páginas de los recetarios las contradicciones más irreductibles: la esbeltez y la gula, el aspecto vistoso y la economía, la celeridad y la suculencia. Con sus combinaciones infinitas: la esbeltez y la economía, la celeridad y el aspecto vistoso, la suculencia y... ¿Qué me aconseja usted para la comida de hoy, experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición, secreto a voces de los supermercados? Abro un libro al azar y leo: “La cena de don Quijote.” Muy literario pero muy insatisfactorio. Porque don Quijote no tenía fama de gourmet sino de despistado. Aunque un análisis más a fondo del texto nos revela, etc., etc., etc. Uf. Ha corrido más tinta en torno a esa figura que agua debajo de los puentes. “Pajaritos de centro de cara.” Esotérico. ¿La cara de quién? ¿Tiene un centro la cara de algo o de alguien? Si lo tiene no ha de ser apetecible. “Bigos a la rumana.” Pero ¿a quién supone usted que se está dirigiendo? Si yo supiera lo que es estragón y ananá no estaría consultando este libro porque sabría muchas otras cosas. Si tuviera usted el mínimo sentido de la realidad debería, usted misma o cualquiera de sus colegas, tomarse el trabajo de escribir un diccionario de términos técnicos, redactar unos prolegómenos, idear una propedéutica para hacer accesible al profano el difícil arte culinario. Pero parten del supuesto de que todas estamos en el ajo y se limitan a enunciar. Yo, por lo menos, declaro solemnemente que no estoy, que no he estado nunca ni en este ajo que ustedes comparten ni en ningún otro. Jamás he entendido nada de nada. Pueden ustedes observar los síntomas: me planto, hecha una imbécil, dentro de una cocina impecable y neutra, con el delantal que usurpo para hacer un simulacro de eficiencia y del que seré despojada vergonzosa pero justicieramente. Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar. Magnífico. Un plato sencillo y sano. Como no representa la superación de ninguna antinomia ni el planteamiento de ninguna aporía, no se me antoja. Y no es sólo el exceso de lógica el que me inhibe el hambre. Es también el aspecto, rígido por el frío; es el color que se manifiesta ahora que he desbaratado el paquete. Rojo, como si estuviera a punto de echarse a sangrar.

Por Ángeles Favela El entorno natural en el que se desarrolla la vida nos regala a los seres vivos, sus maravillas. Una de ellas es el mar. La mar para unos. Grandes poetas y novelistas lo han utilizado como marco de historias entrañables. El enigma y...

Por Ángeles Favela Once de la mañana. Martes. Un salón de paredes blancas enmarca un gran cuadro. A través de la puerta corrediza de cristal se observa la mesa puesta: cada lugar con hojas blancas y plumas; una pizarra de cristal clavada en la pared; garrafones...

Por Ángeles Favela

Tengo un especial aprecio a la magia que envuelve la palabra introspección. De niña era más bien reservada, me gustaba observar más que hablar, podía pasar horas mirando las historias que sucedían a través de la ventana desde un alto edificio frente a la playa de Copacabana. Aún recuerdo esos días llenos de nostalgia, vivir en un país lejano a mi lugar de origen me regaló el aprendizaje del silencio y el asombro.

Quizá por ello la lectura de ciertos autores y autoras me atrapa en toda la extensión de la palabra: Marguerite Yourcenar, Milan Kundera, Marguerite Duras, Nabokov, cuyas obras literarias están inundadas de pensamientos hacia adentro, divagaciones, memorias y recuerdos. Para ellos y para el mundo cultural, Marcel Proust, escritor francés nacido en 1871, es una de las mayores influencias en el arte, la filosofía y la literatura. Proust es reconocido como el padre de la introspección, lo constata su magnifica obra En busca del tiempo perdido, reflexión sobre el tiempo, el recuerdo, el arte, las pasiones y relaciones humanas, desde la óptica de un sentimiento de fracaso y vacío existencial. Una obra maestra en la que aparecen más de doscientos personajes, conocidos por el autor y que a lo largo del relato son hilvanados entre descripciones poéticas, metáforas, reflexiones filosóficas y conversaciones en diversos tiempos y lugares.

Por Ángeles Favela

El triunfo de México hoy por la mañana en el Mundial de Rusia, es un respiro para muchos. Para el mundo 2018 es el año jubilar del futbol. El viaje a La Meca en turno, los ídolos, los ritos, las crónicas, lecturas obligadas y glosas humorísticas.

El futbol es una industria, una pasión y para muchos, una religión. En el juego existe una liturgia de colores, himnos y ornamentos, centrada en el rodado de un balón entre feroces patadas. Del mundo del futbol nacen a cada momento historias, en ellas habitan personas, tramas, nudos, retornos y finales.

En la cancha la libertad, la afición y la maestría se juegan el todo por el todo. Y la vida encuadra las quimeras de los participantes: los que juegan, los que aplauden y los que sufren.

Hay literatura futbolística y literatos futboleros. Eduardo Sacheri, escritor argentino, es uno de ellos. Sus cuentos están llenos de futbol y también de humanidad. En sus líneas cada personaje es de carne y hueso, llenos de infancia; donde la amistad es un muro inquebrantable y el universo es representado por el balón, la familia y los lugares del barrio.  

Por Ángeles Favela

Había una vez un cuento.

Su carácter ficcional es inconfundible. En él participan una cantidad relativamente pequeña de personajes y aparecen en un argumento central. Su extensión es al gusto, para disfrutarse en una sentada los hay micros y macros. Y su variedad es tan extensa como un menú ambicioso. Entre el cuento popular y el cuento literario existe una gama colorida, fantástico, terrorífico, infantil.

Hace poco, una persona quien por primera vez visitaba Literálika, a manera de presentación narró un cuento. Su exposición fue en segunda persona, luego nos dijo, que esto le permitió comunicarse con libertad sobre el motivo de su visita. Después, durante su siguiente clase, se animó a confesar: “…el cuento era para mí, necesitaba acallar mis voces interiores que me exigían saliera de este mágico lugar, funcionó; al subir a mi auto, mis voces interiores, ahora divertidas y tranquilas, me reclamaban el no haber acudido desde tiempo atrás.”

La fascinación por escuchar o por contar historias se cultiva quizá en la infancia, pero cualquier momento es tiempo de empezar.

Por Ángeles Favela

[Cartas a Clara. México. A fines de febrero de 1947]

[Fragmentos]

Mayecita:

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en una fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.

Por otra parte, no me puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede HACER UNA LETROTA TAN GRANDE…, al escribir una carta. Eso es hacer trampa.

Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego la volví a leer porque hay allí algo que a mi corazón le gusta.

Yo aquí no he ido al cine. El cine sin ti no sirve. No hay ni siquiera el gusto de llegar tarde y no encontrar asiento. Y es que aquí la vida no es nada blandita. A veces me imagino que desde que llegué a esta ciudad he estado enfermo y que no me aliviaré ya jamás.

Lo que te estoy explicando es el ambiente en que vivo desde que entré a la fábrica. Nunca había yo visto tanta materia junta; tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre; para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas.

Y mi conclusión es que uno debe vivir en el lugar donde se encuentre uno más a gusto. La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados.

Ojalá estés bien y tan bonita como ninguna. Tú cariñito santo, recibe todo el amor del que mucho te quiere y del que espera quererte más, y un abrazo enorme y lleno de ternura y muchos besos, muchos, de quien te amará siempre.

Juan

 

Estas son palabras de Juan Rulfo a su mujer, en uno de los muchos mensajes que le escribió a lo largo de su vida.

Las cartas han sido por excelencia el medio de comunicación a distancia. Desde la antigüedad la misiva solía ir sellada como garantía de la privacidad. En ella viajaba la esperanza de que el destinatario la recibiera. En tiempos de guerra un sobre era el contenedor de una buena nueva, o quizá de la fúnebre noticia de la muerte de un ser querido.

Por Ángeles Favela Las aguas, el viento, las sombras, incluso los aromas, corren, a veces, en opuestas direcciones. Y no hay nada que podamos hacer para impedirlo. En una historia, la fuerza del destino lleva en las venas su propio impulso. Pero, también en una historia, los...