05 May El valor terapéutico del perdón
“Escoge no ser herido y no te sentirás herido,
si no te sientes herido no serás herido.”
Marco Aurelio
Por Lorena Morales
Como psicoterapeuta, he encontrado que perdonar es un elemento central en el proceso terapéutico. Es la manera más efectiva de ser libre y por tanto conectar con el presente y, en consecuencia, ser feliz.
El tema del perdón no es nuevo. Se remonta a las bases de todas las corrientes espirituales y a la civilización misma; sin embargo, es un tema con el que las personas seguimos luchando, ya que existen muchos factores que complican practicarlo tales como el orgullo, la inseguridad o la baja autoestima.
El emperador romano Marco Aurelio, gran exponente de los estoicos (aquellos que se distinguían por permanecer ecuánimes ante las tribulaciones), decía que los juicios de valor son los que nos generan sufrimiento. Si vemos las cosas como son, sin agregarles nada, no tendrán el poder de lastimarnos. En pocas palabras, consciente o inconscientemente sentimos lo que hemos elegido sentir.
Trasladando esta enseñanza al perdón, no es el hecho lo que nos daña, sino lo que pensamos y sentimos de los que nos hicieron. Si logramos separar el hecho de lo que sentimos, podremos observarlo y describirlo, pero ya sin otorgarle el poder de lastimarnos.
¿Te insultaron?, ¿te excluyeron?, ¿te traicionaron?, intenta mirar como un observador externo, y busca separar aquello que pasó del juicio o el pensamiento agregado por ti: “soy un tonto”, “no me merezco esto”. Estas últimas frases son las que nosotros creamos, las que nos hunden y lastiman, dificultando que podamos perdonar a otros y a nosotros mismos.
Sólo tenemos poder sobre nuestra mente y sobre nuestras acciones. Si esperamos que quien nos lastimó venga a pedirnos perdón o a resarcir el daño para sentirnos mejor, cedemos el poder de nuestro bienestar al otro y si esto no sucede, quedaremos muy decepcionados, y la ira, el rencor y otras emociones tóxicas, nos afectarán irremediablemente.
Es mejor quitar las expectativas y saber que cada persona tiene una historia, un bagaje emocional, sus propias heridas, necesidades, cualidades y carencias que hacen que haya actuado de tal o cual forma, y quizá nunca entenderemos las razones, pero podemos perdonar, más que por ellos, por nuestra paz y estabilidad emocional.
Perdonar no es olvidar, no es no buscar justicia, tampoco es minimizar los hechos o tener que acercarnos de nuevo al agresor. Es ver los hechos por lo que fueron, no tomarlo personal, hacer lo que necesitemos para remediarlo, pero, se haya o no conseguido, es importante soltar y seguir adelante con nuestra vida.
La buena noticia es que para perdonar no necesitamos tener frente a nosotros a quien infligió el daño, incluso pudo haber fallecido. Y para perdonarnos a nosotros mismos, ¡siempre nos tendremos! Sólo necesitamos el deseo y la decisión de ser libres, y si no podemos hacerlo solos, es posible buscar ayuda.
Recuerdo la película de “La Misión”, donde Robert De Niro interpreta a Mendoza, un mercenario y traficante de esclavos quien, después de matar a su hermano en un ataque de celos y saber que lo ha perdido todo, busca la ayuda de un sacerdote jesuita, y tiene una transformación psicológica en su búsqueda del perdón, pero descubre que primero necesita perdonarse a sí mismo. La escena que viene a mi mente, es el momento en que un indio corta y tira al río (agua que limpia y purifica) un pesado fardo lleno de objetos innecesarios que él ha cargado a manera de penitencia en su ascenso a la montaña, conduciéndolo a una liberación, que le permitirá vivir la felicidad que nunca había sentido.
Es difícil vivir con el peso de nuestros resentimientos. Muchas angustias, depresiones e infelicidad vienen de la carga negativa que ejercen algunas experiencias de la propia vida. Experimentar el perdón primero con nosotros, y después con los demás, es una vía para ser felices.
lorena@blueprint.pro