27 Sep In memoriam
Por Ángeles Favela
Debe haber una estadística para elegir entre los latinajos a los que se recurre con mayor frecuencia, sin duda, este es uno de los ganadores. Hemos leído incontables veces in memoriam, en memoria de, en recuerdo de…
Estamos unidos unos a otros por las historias que compartimos ya sea como protagonistas o simples complementos.
Por eso, a veces, in memoriam, se me antoja como una especie de título universal aplicable para las historias; cada uno de los libros de ficción que se han escrito bien podrían llamarse así. Para un escritor las ideas germinan del recuerdo en torno a una vivencia, y es en memoria de que se decide a escribir. La maravilla es que el tiempo verbal en nada puede detener la evolución de un relato: en memoria de… es lo mismo que a salud de… lo que somos, lo que seremos y lo que nunca habremos de ser. En memoria de lo que nunca habrá de suceder, en memoria de lo que ha sucedido tantas veces, en memoria de lo que deseamos de alguna manera imperiosa exorcizar.
En estos días me encuentro leyendo Desierto sonoro, una obra espléndida que ha sido tallada por una pluma joven. Resulta difícil saber lo que Valeria Luiselli vivió para contar lo que cuenta, a la vez que de una forma inmediata intuimos la avalancha de elementos para formarnos un relato con su rostro, carne y hueso.
A lo largo de la historia, los ejes van tejiendo un entramado en memoria de millones de niños que se apagan en un trayecto infernal, es el camino de muerte a través de la migración. La novela está escrita en memoria de esa expulsión, es decir, de la manera en cómo algunos seres humanos viven cercados dentro de una realidad que pareciera vomitarlos de un lugar a otro.
El hombre está condenado a ser libre, son las palabras con las que Jean Paul Sartre encaró la risa del destino, y el filósofo a manera de defensa se le ve asignando como condena a esa lucha en la transcurre la vida.
En cambio, Luiselli acoge el desplazamiento como un hecho inamovible del ser humano: Supongo que todas las historias comienzan y terminan con un desplazamiento, que todas las historias son en el fondo una historia de traslado decreta la autora en las primeras páginas de una novela que me ha cimbrado como pocas. Desierto sonoro es una historia que ha revivido en mi interior todas las posibilidades in memoriam, un libro que frente a mis ojos le ha puesto rostro a millones de niños y niñas que en medio de la condena de su propia idea de libertad se convierten en el ping pong de otras libertades que se sienten invadidas. Y es ahí donde me estrello con el dilema existencial de Sartre, en mi cabeza el eco de su obra ya no es un vaivén de ideas abstractas, sino el horror de la esperanza encerrada en pequeños cuerpos, cuerpos poseedores de ojos y manos, llenos de la vida que, gota a gota, se escurre hasta dejarlos secos mientras intentan sobrevivir transportados en vagones metálicos y sordos a esas voces que en las entrañas de un viejo tren van convirtiéndose en sonidos fantasmas.
La crisis migratoria es una esfera que gira sin parar y ensancha a su paso el volumen de su circunferencia.
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