03 May Las entrañas de una mansión
Por Norma Kalife de Drexel
Al cruzar el umbral de la mansión ubicada en Valladolid 52 de la colonia Condesa en la Ciudad de México, retrocedimos 200 años. En segundos respiramos otros tiempos, viajamos con los sentidos y la imaginación hasta un nuevo espacio.
Mi hermana Claudia y yo, regresábamos de desayunar los deliciosos tamales y huazontles en El Pujol, lugar que solo ofrece desayunos y que está a la vuelta del emblemático recinto. Nos platicaron que Sumaya Slim había comprado, reformado y convertido en museo el maravilloso inmueble antes habitado por un gran anticuario. Al pasar por ahí, nos dio curiosidad y decidimos echar un vistazo. No teníamos ninguna prisa.
La mansión fue construida en el año 1610. Guillermo Tovar de Teresa muerto en el 2013 a consecuencia de una caída a la que no le dio importancia. Nunca se había relacionado con nadie, jamás tuvo hijos, solo su arte. Dejó como legado una inmensa colección repleta de exquisitos objetos. En la casona todas las preciosas habitaciones parecían girar alrededor de un jardín frondoso. Sus espacios íntimos yacen escondidos entre el lugar abierto a todo el que quiera curiosear por las riquezas del cronista.
Nuestro paseo turístico marchaba de maravilla hasta que la inquieta y desobediente de mi hermana menor se empeñó en subir a la segunda planta cuyo acceso estaba restringido. Yo de inmediato le dije que no estaba dispuesta a pasar una vergüenza rompiendo reglas.
Claudia, sin que nadie lo notara, en cuestión de segundos ya estaba en la segunda planta. Brincó el simbólico cordón rojo de terciopelo, que prohibía el acceso, y de inmediato empezó a chistar desde el barandal blanco de fierro forjado que flanqueaba todo el mezzanine, e insistía haciendo ruido para que subiera con ella.
Esperé a que el confiado guardia checara su teléfono, y para que Claudia dejara de hacer ruido la seguí. Caminamos sigilosas entre vírgenes y santos, todo de un barroco exuberante. Estábamos rodeadas por una multitud de espejos. Tovar de Teresa era, entre otras cosas, un hombre de supersticiones, y en el marco de cada puerta había colgado abalorios de cristal para alejar las malas energías.
Había bocinas discretas por todas partes, el contraste de lo nuevo con lo viejo, le permitía a Don Guillermo escuchar la música clásica que tanto amaba. Admiramos una verdadera colección de arte virreinal y del siglo XIX mexicano. Entramos despacio y sin hacer ruido a la biblioteca, ahí estaban los tomos originales de Sor Juana Inés de la Cruz y el escrito mecanografiado de Cien años de soledad. Los muebles de concha nácar y estofados de santos hacen de ese lugar un espacio único. Estábamos anonadadas con tantas exquisiteces cuando un crujido fuerte y extraño se escuchó detrás de uno de los estantes de libros. Lanzamos un callado grito que nos erizó la piel a ambas, le susurré a mi hermana
—Vámonos ya de aquí se me esta saliendo el corazón del susto.
—Estás loca vete tú, yo esto no me lo pierdo —y sin más, comenzó a quitar los libros por donde se había escuchado el estremecedor ruido, ¡buscando la razón del crujido!
Muy silenciosas estábamos las dos, cuando de pronto una puerta de madera oculta se abrió despacio ante nuestros ojos, detrás de ella apareció un hombre guapo y elegantemente ataviado.
—Veo que no saben respetar la propiedad privada —yo me sentí morir del susto y de vergüenza, mi hermana sin un ápice de pena le preguntó.
—Veo que usted tampoco, ¿qué hace usted aquí?
—Yo soy el custodio de estas obras, tengo que estar aquí —y señaló a una preciosidad de Virgen— esta perteneció la emperatriz Carlota —le dijo a mi hermana, y continuó —este es un ex voto del último monarca del virreinato —señalando un marco con un pequeño documento antiguo colgado en la pared —y este es un chocolatero que perteneció a Maximiliano. No puedo alejarme jamás de este lugar, comencé a coleccionar desde que tenía once años y tengo un permiso especial para custodiarlas…. No me gusta que estén aquí, ni que tanta gente entre a recorrer mi casa….
—Disculpe usted, ya nos vamos —le dije apenada. Tomé a mi hermana de la mano y jalándola hacia las escaleras, nos esfumamos de ese lugar con un extraño sentimiento de haber vivido un sueño. Antes de salir de la mansión vimos una foto del anticuario. Era el mismo hombre que unos segundos atrás, nos había mostrado uno de los objetos de Maximiliano y Carlota. A un lado había una placa en la que se leía:
Guillermo Tovar de Teresa, desde muy joven empezó a hacerse de cosas extraordinarias. Ahora su exquisita colección está abierta y se puede recorrer su casa tranquilamente, algo que tal vez a él no le hubiera gustado. A los que lo conocieron describen su carácter discreto. Compartía su conocimiento generosamente, con publicaciones e investigación, pero sus tesoros permanecían custodiados. Dicen que cuando inauguraron el museo, la luz se fue tres veces. La teoría de unos cuantos allegados, imaginaba a un Guillermo furioso con la multitud de curiosos y felices viendo sus espejos venecianos y paseando a sus anchas por los jardines. Se dice que su alma sigue presente en este lugar como cuidando sus obras, pero no se preocupen que son solo leyendas.
Dicen… mi hermana Claudia y yo, salimos despavoridas de allí y seguras de jamás regresar.
Norma Kalife es autora de La fuerza del Fénix,
una historia de amor y resiliencia.
hola@literalika.com