05 Abr Los días de confinamiento
Por Natalia Tamayo
No sabría decir a ciencia cierta en qué día de este confinamiento voy… tomando en cuenta el último día que salí de casa, supongo que es el día cinco.
Miro a través de la ventana y de inmediato me identifico con el cielo: el sol se oculta detrás de las nubes y al cabo de algunos segundos decide salir; cae la lluvia: un instante intensa, al siguiente suave, y una vez más golpea con fuerza los cristales de mi casa, haciéndome sentir un hormigueo en el pecho.
Me duele la cabeza. Caigo en cuenta de que ese dolor me acompaña desde hace días. Entonces me planteo que quizá habrá iniciado mucho antes, y aunque me costó días entenderlo, creo que hoy, en mi día cinco y medio, empiezo a aceptarlo.
Aunque no lo quiera, aunque no me guste, aunque quisiera seguir mi vida como hace algunos días lo hacía, no puedo dejar de pensar en que mi dolor de cabeza podría significar que puedo contagiar a las personas que más quiero. Mis alergias me hacen encerrarme en mi cuarto angustiada, repitiéndome que no debo tocar nada. Además, no logro hacer a un lado la incertidumbre del porvenir, de mi cuenta bancaria, mi trabajo, la escuela, mis viejos, mi familia, mis amigos… mi país, y este mundo que todos compartimos.
Incógnitas sin fin. Las preguntas fundamentales van y vienen, y para todas tengo la misma respuesta: no sé. Qué, porqué, dónde, cuándo, quién, cómo… no lo sé. Una y otra vez aparecen como el maldito zancudo que se cuela por la ventana durante la noche y ronda por mi oído. ¡Que no lo sé! la respuesta sigue siendo la misma.
No me acostumbro a este encierro voluntario, en el que me enfrento con mi ansiedad: ansiedad de encuentro y también de soledad. Y con esas que anticipo, aunque les tocará llegar después. Me refiero a la ansiedad ante la ansiedad.
Ahora entiendo mis sueños extraños, mi súbito apuro de comer y no poder parar, mi mal humor, mis ganas de llorar, mi dolor de cabeza, y las hormigas que ahora van más allá de mi corazón.
Reflexiono… ¿Qué puedo hacer para sentirme mejor? ¿Qué puedo hacer para calmar ese pálpito? ¿Qué hacer para que las horas valgan tanto como siempre y no me quede detrás de ellas?
Me cuesta, y más cuando veo al mundo positivo, viendo el lado bueno de la situación, y pienso que es muy pronto. Al menos para mí, sigo intentando elaborar el duelo que esto personalmente significa. Y eso me hace sentir culpable.
Me permito sentir esa culpa, y el miedo, el enojo, la tristeza, y todas las emociones que han llegado. Porque así como vienen, sé que se irán. Y entonces podré darle la vuelta a la moneda y ver el sol.
Sé que esta libertad condicionada terminará algún día, por lo pronto, aprendo a aceptar lo que está pasando y cómo me siento con ello. Eso también es importante.
Entonces tomo lo que tengo a la mano: mi pluma y diario para crear o liberar, escucho canciones para bailar; enciendo el horno de la cocina para endulzar el día; el teléfono para acercarme a quienes echo de menos; la película o libro que me hace llorar desbordada; hago mis deberes o golpeo el saco de arena, para poder soltar mi ansiedad, para hacer llevadero este viaje que se siente como una pausa en la vida, pero que sigue avanzando en el tiempo.
Anhelo el día en que nos volvamos a abrazar y poder disfrutar de las cosas que antes parecían insignificantes, y que ahora valoro en demasía.
Me pongo de pie y salgo al balcón, veo las montañas y la naturaleza. Respiro profundo, y el aire limpio y el olor a lluvia me devuelven la paz. Mi corazón está tranquilo y las emociones se fueron una vez más. Como siempre sucede: vienen y después se van.
hola@literalika.com
Natalia Tamayo
Psicóloga clínica y autora de una novela próxima a publicarse.