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Y si escribimos…

Y si escribimos…

Por Lucy Garza de Llaguno (Periódico El Horizonte, sábado 15 de septiembre de 2018, Monterrey N.L.)

“Nos unimos al dolor de lo que nunca debiera suceder”, Ángeles Favela, desde Fundación El Mundo Escribe.

Un aspecto negativo en la vida de muchos estudiantes es la enorme presión que sienten durante sus años de escuela. Que si la pertenencia, que si la identidad, que si la beca, que si el desempeño académico que marca el éxito de la productividad adulta, que si las amistades, que si el bullying, que si demostrarse independiente… tantos “que si” fortaleciendo o debilitando una personalidad que se busca a sí misma.

¿Será momento de revalorar las capacidades emocionales de nuestros adolescentes?

En la era de la comunicación se descuida la expresión. No es lo mismo. Nos comunicamos intercambiando mensajes con palabras, con imágenes. La información va y viene, viene y va. Pero expresarse es diferente, expresar es exprimirse por dentro, es sacar sentimientos, pensamientos, actitudes, sueños y miedos. Es lo que hace el arte, expresa indiferente a la interpretación de los ojos de quien mira. También lo hace la empatía: permite que el otro exprese sus experiencias, a su manera, el que escucha acompaña, es sólo testigo.

Las emociones se sienten en lo personal, pero tienen que ver con el otro, por lo menos con la interpretación que hacemos del otro. La mente es inquieta, imagina lo que el otro siente, lo que el otro piensa, lo que el otro desea, asigna intenciones, llena los espacios desconocidos para darles interpretaciones tantas veces irreales. Acomoda datos con el sello de lo personal. Así crea una realidad alterna, como la de los videojuegos. Y este proceso de mentalización guía la conducta.

La adolescencia, niños transformándose en adultos, una etapa confusa en la que los jóvenes no cuestionan las historias que cuenta su mente una y otra vez. Por eso es importante relajarla, dudar de ella, aclararla, involucrar, aunque sea un poco, al personaje llamado otro. Porque a veces despiertan tristes, profundamente tristes, y no logran conectar la tristeza con algún evento o con alguna persona. Repetida, esta situación es de riesgo.

El mundo pudiera expresarse escribiendo, propone Ángeles Favela. Lo hacía Clara en sus “cuadernos de anotar la vida” que años después descubre Alba, su nieta, y los utiliza para contarnos de La Casa de los Espíritus (Isabel Allende, 1982) o Ana Frank con su diario (1947), la adolescente que sobrevive dos años de encierro en “la casa de atrás” durante la ocupación Nazi en Ámsterdam.

No es necesario escribir novelas o autobiografías para expresarnos a través de la escritura. El Mundo Escribe es una fundación que promueve la escritura como herramienta de vida. Las palabras escritas aclaran ideas, balancean emociones, calman la mente. En su programa Bienestar emocional Vs. Depresión, la Fundación “ofrece una estrategia de expresión a través de la escritura creativa que actúa como proceso de empoderamiento y compañía en el tiempo en que la soledad es protagonista importante en la vida diaria del adolescente”.

Lo que nos decimos a nosotros mismos escrito en un papel toma una perspectiva distinta. Y es nuestro, no se comparte si no se está preparado para ello. Escribir así, funciona para leerse despacio a sí mismo. Y después destruir, guardar o compartir lo escrito, en realidad no importa el destino, porque la práctica en sí misma es un proceso de sanación.

Adolescentes en busca de identidad y autonomía, soñando sueños que despierta la realidad, ilusionados y desesperanzados al toparse con su fuerza y también con su vulnerabilidad, buscándose en los selfies que ensayan seducción, diversión y drama. Existen situaciones que “no debieran suceder”. Tal vez escribiendo “No dejaremos de explorar y al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por primera vez el lugar”, T. S. Eliot.