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La memoria: nuestra caja de recuerdos

La memoria: nuestra caja de recuerdos

Por: Ángeles Favela

Hay olores que huelen toda la vida por haberlos percibido

por primera vez una tarde de tormenta.

Marcel Proust

Si te preguntaran a qué huele tu mascota, tus hijos, o tu casa, sería complicado dar una explicación exacta, pero si percibieras el olor de alguno de ellos en una circunstancia lejana, te darías cuenta de que en tu memoria su recuerdo está plasmado a la perfección. Alguien o algo con quien tenemos contacto frecuente y a lo que nos une un lazo afectivo o carga emocional, podríamos reconocerlo o compararlo en otros ámbitos con facilidad.

Cuantas veces habremos dicho, aquí huele a casa de mi abuela. O, cuantos rostros o expresiones en otras personas han inspirado en nosotros cierta emoción porque nos recuerda a alguien más a quien conocemos.

El cerebro está en constante labor de almacenaje.

Nuestra caja de memorias tiene diversos compartimientos, poseemos la capacidad de percibir y guardar información sobre casi todo lo que está a nuestro alrededor y que de alguna manera ha llamado nuestra atención. Hay experiencias, de acuerdo con el grado de impacto, que van formando a manera de capas nuestros recuerdos. La llamada memoria sensorial nos demuestra que los sentidos son esponjas que absorben datos que posteriormente nos serán de utilidad.

El miedo y la confianza, por ejemplo, tienen raíz en muchos factores y experiencias vividas en el pasado y que de cierta manera van marcando la pauta a nuestras reacciones ante acontecimientos futuros. En el ser humano el mecanismo de almacenamiento y formación de recuerdos es básicamente el mismo, pero no la catalogación, el grado y el contenido de lo que en nuestra mente se va guardando.

¿Qué cosas recordamos? Lo que, de acuerdo con nuestra percepción, vamos catalogando como desagradable o gratificante. Sí, es así de simple para un proceso tan complejo al cual, la ciencia y los especialistas, han dedicado cientos de años de investigación y estudio.

¿Cómo recordamos? Hay muchos factores y formas, una de ellas es la memoria conformada por nuestros cinco sentidos: lo que vemos (memoria sensorial icónica), lo que oímos (memoria sensorial ecoica), lo que tocamos (memoria sensorial táctil), lo que olemos (memoria sensorial olfativa), lo que gustamos (memoria sensorial gustativa).

Para quienes nos gusta escribir, los recuerdos que nos evocan las imágenes, los olores, los pensamientos y los sentimientos, son una fuente inagotable de ideas para ser convertidas en historias, muchas de ellas de ficción y otras intentando plasmar la realidad según podamos recordarla. Marcel Proust, autor de En busca del tiempo perdido, una obra compuesta de siete tomos es un ejemplo de cómo la descripción de un instante puede recorrer distancias y traspasar las barreras del tiempo. El sonido de una campana devuelve al personaje en un instante, a sus primeros años de infancia; el aroma del café o el barullo en un parque, pueden transportarnos a escenas en otro tiempo y espacio casi de manera automática.

La memoria es un laberinto de profundidades insospechadas, y recorrerla puede llevar tiempo y esfuerzo, pero también de un momento a otro podrían asaltarnos recuerdos extraídos gracias a la percepción de algún aroma, a la imagen de un rostro o un objeto que represente un enlace o estimulo a nuestro cerebro.

¿Y si no recordamos nada?

Asegúrate de vivir el presente de la manera en la que desearías algún día recordarlo.

Valdría la pena dedicar un poco de silencio y tiempo para explorar aquello que aún no hemos recordado, porque las vivencias han sucedido, los años que hasta hoy hemos vivido uno a uno, sin duda, han dejado nuestros cajones llenos de historias listas para ser revividas. Intentarlo a través del ejercicio de la escritura, es una buena idea; por experiencia personal, yo sí te lo recomiendo.

hola@literalika.com