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Zona Literálika · BLOG

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Por Alejandra Sandoval Abro los ojos al tiempo en que el sol se asoma por el filo del marco de mi ventana, la casa me abraza serena. El reloj marca las siete treinta y cuatro. Con mis dedos entrelazados atrás de mi cabeza sonrío, recordando la...

Por Lucy Garza de Llaguno (Periódico El Horizonte, sábado 15 de septiembre de 2018, Monterrey N.L.) "Nos unimos al dolor de lo que nunca debiera suceder", Ángeles Favela, desde Fundación El Mundo Escribe. Un aspecto negativo en la vida de muchos estudiantes es la enorme presión que...

Por Ángeles Favela Mientras leemos, el escritor, desde la historia que ha construido (quien sabe donde, cuando, cómo, por qué y para qué) nos exige grandes dosis de imaginación y eso, es un gran regalo. El lenguaje es el principal patrimonio y herramienta que como seres...

Por Ángeles Favela Once de la mañana. Martes. Un salón de paredes blancas enmarca un gran cuadro. A través de la puerta corrediza de cristal se observa la mesa puesta: cada lugar con hojas blancas y plumas; una pizarra de cristal clavada en la pared; garrafones...

Para muchos autores la escritura es un rito, igual que un corredor que sale por la mañana a su entrenamiento pensando en el maratón en el que se ha inscrito, para un escritor, el tiempo y la forma que habrá de destinar a la creación de su obra -en el caso de muchos nombres famosos- está plagado de singularidades.

A Edgar Allan Poe su caligrafía indescifrablemente pequeña le permitía escribir historias de principio a fin en largas tiras de papel que iba uniendo entre sí con cera, le gustaba palpar y visualizar la continuidad de lo que iba escribiendo y esa era su peculiar manera de lograrlo. Ernest Hemingway quien sufría el alcoholismo, escribía en completa sobriedad y de pie. T.S. Eliot, poeta extraordinario, se pintaba el rostro de verde y según él mismo lo decía para no parecer un empleado bancario. Gustave Flaubert comenzaba únicamente después de haber fumado una pipa. Victor Hugo repetía a la vez que caminaba por la habitación, las frases y versos una y otra vez, para escribir únicamente cuando le sonaban suficientemente bien.

El proceso creativo de los grandes escritores, sin duda, se ha mitificado en el transcurso del tiempo, pero lo cierto es que quienes gustamos de escribir, desarrollamos ciertos hábitos o técnicas para ubicar nuestro ánimo en el modo adecuado para que las palabras puedan fluir con libertad.

Por Ángeles Favela

Desde 2011 a la fecha, a manera de investigación personal, me he animado a preguntar a cientos de personas cuales son, en caso de tenerlos, sus tres sueños o anhelos secretos. Hay cosas o actividades que siempre soñamos llevar a cabo y que, por alguna razón, que desemboca en el miedo, se quedan guardadas en el cajón.

Al principio, mi sorpresa al ver que las respuestas coincidían básicamente en tres sueños, me obligaba a preguntar cada vez con más frecuencia. Pero luego tuve la certeza de que debía hacer algo al respecto. Entre los sueños secretos de casi todos existe el de escribir un libro, una historia, una vivencia. La respuesta que desde años atrás sigo escuchando, es: escribir. En el fondo sabemos que hemos o estamos viviendo algo digno de ser contado. Quizá el dolor o la emoción de plenitud supera al plano y suelo en el que nos encontramos parados, que requerimos convertirlo en palabras y plasmarlo en un papel, primero para sacarlo de nuestro interior y quizá luego releerlo. Literálika ha sido, innumerables veces, testigo de lo que sucede en el interior de una persona cuando decide desempolvar el sueño secreto de escribir. De ahí nace el 30 de mayo de 2017, la Fundación El mundo escribe, y su misión es promover la escritura como herramienta de vida, desde la infancia y para siempre.

Por Ángeles Favela

[Cartas a Clara. México. A fines de febrero de 1947]

[Fragmentos]

Mayecita:

Te estoy platicando lo que pasa con los obreros en una fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en que los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.

Por otra parte, no me puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede HACER UNA LETROTA TAN GRANDE…, al escribir una carta. Eso es hacer trampa.

Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego la volví a leer porque hay allí algo que a mi corazón le gusta.

Yo aquí no he ido al cine. El cine sin ti no sirve. No hay ni siquiera el gusto de llegar tarde y no encontrar asiento. Y es que aquí la vida no es nada blandita. A veces me imagino que desde que llegué a esta ciudad he estado enfermo y que no me aliviaré ya jamás.

Lo que te estoy explicando es el ambiente en que vivo desde que entré a la fábrica. Nunca había yo visto tanta materia junta; tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre; para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas.

Y mi conclusión es que uno debe vivir en el lugar donde se encuentre uno más a gusto. La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados.

Ojalá estés bien y tan bonita como ninguna. Tú cariñito santo, recibe todo el amor del que mucho te quiere y del que espera quererte más, y un abrazo enorme y lleno de ternura y muchos besos, muchos, de quien te amará siempre.

Juan

 

Estas son palabras de Juan Rulfo a su mujer, en uno de los muchos mensajes que le escribió a lo largo de su vida.

Las cartas han sido por excelencia el medio de comunicación a distancia. Desde la antigüedad la misiva solía ir sellada como garantía de la privacidad. En ella viajaba la esperanza de que el destinatario la recibiera. En tiempos de guerra un sobre era el contenedor de una buena nueva, o quizá de la fúnebre noticia de la muerte de un ser querido.

Por Gustavo Lanza Castelli

Comencé a utilizar esta herramienta porque llevaba desde hacía muchísimos años una especie de diario de sueños. Por mi profesión de psicoanalista siempre me interesaron los sueños, y siempre tenía la costumbre de, al despertarme, anotar mis propios sueños y analizarlos. Yo iba llevando una especie de libro, de agenda, durante muchos años; entonces tenía cierta práctica con esto. Pero lo que anotaba era solamente el sueño y las circunstancias del día anterior -muy al estilo de lo que plantea Freud en la “Interpretación de los sueños”-, lo que asociaba con eso, lo que veía en mi análisis.

En el año 2000, tuve una situación personal bastante complicada, y se me ocurrió, empezar a escribir, para ver si me podía aclarar; un poco para aclararme a mí mismo las preguntas que tenía. Tenía una decisión que tomar, muy difícil. Escribí sobre eso, y durante el proceso se me empezaron a ocurrir otros temas; seguía escribiendo sobre otras cosas que me pasaban. Era una escritura absolutamente personal.

Por Ángeles Favela

¡Entrañable reunión la de aquel día, en una sociedad locuaz, ruidosa y superficial!

No sé cuantos de nosotros podamos sentir nostalgia por el silencio de alguna biblioteca en que la investigación (no las tareas escolares) impone absoluto silencio.

Pareciera que hoy, en Monterrey, en México, en Latinoamérica y no sé en cuantos países más, el ser humano necesita el interminable ritmo en los audífonos, o atrás de las noticias, en cualquier restaurante... incluso con el pretexto del telón de fondo para “concentrarse”. En mis días de estudiante se sabía que en la Biblioteca, además de libros, había un ambiente, impactante y sagrado de silencio entre todos. Eran espacios y momentos prolongados, una especie de espesura, como la de un bosque, con su encanto. Regalarnos ese entorno en estas dos horas de experiencia colectiva, es revivir algo de lo que estamos perdiendo, es rescatar un aroma y frescura de los libros y de los lectores silentes y creativos. Si con nuestras voces podemos formar un coro o una consigna (Gandhi, Luther King, Ayotzinapa), también con la suma de silencios, podemos tejer un lienzo creativo en el que “todos ponen” (como la perinola dice) para que todos se enriquezcan. Ver al otro y al otro concentrados, gozadores en la creación o en el hallazgo, nos contagia y nos hace respirar el aire puro del pensamiento, la ciencia, la ficción, la historia y mil asuntos más.