07 Oct Méjico
Por Javier Potes
Dios creó el mundo en cuatro días, el quinto dispuso a los animales sobre la tierra y, al sexto, a la mujer y al hombre. Descansó el séptimo día, pero durante el octavo se dio cuenta de que a su mundo perfecto le faltaban las regiones y los países.
Trabajó en orden alfabético. Hizo sus primeras pruebas con Alemania; le dio bosques majestuosos, orden, limpieza y cerveza. Se equivocó con el idioma, pero los hizo buenos para el futbol.
Siguió con Brasil, y se fue de extremo a extremo; le facilitó un clima cálido y una selva inmensa y desordenada. Los hizo amigables y con un idioma simpático; les surtió de samba y también de un futbol alegre y bonito.
Después forjó todos los demás países. Experimentó con la India un país espiritual; con Reino Unido un país gris; con Canadá un país light,y en Estados Unidos se dejó caer con intensidad. Pero no estaba satisfecho.
Un ángel que pasó a su lado lo vio pensativo y, sabiendo que Dios era el primer caso de Trastorno Obsesivo Compulsivo, le preguntó:
—¿Qué te pasa Dios?, has creado el planeta más perfecto del universo, con todo tipo de vida, paisajes hermosos, océanos sublimes, ¿qué más te puede faltar?
—No lo sé —contestó Dios—me falta un país diferente.
Por la noche los ángeles se dieron cuenta de que no habían ido al supermercado y tuvieron que inventar en la cocina, la ángel Lupita estaba furiosa por la falta de ingredientes, fue necesario improvisar. Tomó un chile verde que encontró en el centro de un país sin nombre entre Estados Unidos y Guatemala, lo abrió y “desvenó”, lo asó a fuego directo, dejó que se enfriara un poco y lo metió en una bolsa de plástico para que sudara. Al cabo de un rato lo sacó y le desprendió las capas negras. Después preparó un relleno de carne que molió y preparó con jugo de tomate y después endulzó con cuadros de piña, duraznos en almíbar así como pasas, nuez y almendras molidas, todo en fuego lento, hasta que se coció la carne y con ello rellenó el chile que había “tatemado”. Al final lo decoró con crema arriba y semillas de granada.
Dios preguntó qué era ese raro platillo, la ángel le dijo que no sabía, solo le advirtió que la cocinera había preparado ese chile “enogada”. No fue buena idea, se quedó pensando.
Esa noche Dios tuvo un sueño raro, aparecieron animales fantásticos de colores, música de guitarra con trompetas y violines, pirámides de piedra, en su sueño los vivos y muertos convivían y la comida era un arte; el fútbol no era un juego, era una fiesta; las estrellas fugaces volaban de la tierra al cielo explotando en supernovas multicolores; todas las personas se llamaban igual, los hombres “compadre” y las mujeres “comadre”, no eran prácticos ni disciplinados, eran rebeldes, ingeniosos y alegres. No buscaban la felicidad, vivían felices a pesar de habitar en un mundo que, años después, alguien describiría como surrealista.
Al despertar no podía creer lo que había soñado, para que no se le olvidara su sueño utilizó el único pedazo de tierra al que le faltaba ponerle nombre, y vació en él todo lo que había pasado por su cabeza la noche anterior.
—¿Cómo le vas a poner a esa tierra? —preguntó un ángel.
—Méjico —contestó Dios, pero un ángel le hizo notar que había usado todas las letras del abecedario para los demás países, menos la “X”.
—Está bien, ¡pongámosle México!
Cuento ganador del concurso Mis palabras por México.
Categoría adultos. Convocatoria de la Fundación El mundo escribe A.C.