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Artista enjaulado

Artista enjaulado

Por Federico Reyes

Enjaulé en mi pecho a un artista. Su cuidado nunca fue sencillo, y en mi caso nunca le di uno bueno. En ocasiones lo sacaba de paseo a galas de ballet y exposiciones de pintura, aquellas en las que hay cantantes de ópera, vino tinto y canapés. Le permitía darse vuelta en las tablas, mirar los reflectores, ponerse maquillaje, soñar en grande en pocas palabras.

Desde hace un tiempo lo he mantenido en completo cautiverio, pinte de gris su colorida jaula, con la esperanza de que se olvidara de las luces del escenario. En ocasiones el desgraciado intenta escapar, pero suelo darle un baño de escepticismo acompañado de un vaso de vodka barato, para que así, tal vez un día deje de intentarlo.

Contraté involuntariamente a un guardia para evitar que el artista haga de las suyas, para evitar que sueñe, que invente, que se las dé de ingenioso, o que me lleve a lugares fantasiosos solo aptos para locos o fanáticos de David Bowie. El guardia, es un tirano llamado fracaso. Durante varios años este tirano nos ha mantenido a raya, toma el control cuando me siento inspirado y me lanza un poco de miedo, para evitar que pueda desplegar mis alas, y demostrar todo mi talento. Suele tomar las decisiones que cree son demasiado buenas para mí, comúnmente me susurra al oído que no soy tan bueno, que no puedo soñar con tanto, que hay alguien que lo merece más que yo, esto ha hecho que me vaya conformando con lo seguro, con lo que alimenta mi infelicidad.

El guardia involuntario es como un “Baby boomer” para el que el arte no es más que una perdida de tiempo, el solo busca lo seguro, aunque esto solo sea un bloqueo para mí, porque sus acciones me frenan constantemente, no me dejan expresarme, y mientras más pasan los días, el artista ha comenzado a olvidar las luces de los escenarios.

En las madrugadas, cuando el guardia suele tomar descansos, me meto en la jaula gris a buscar al artista, teniendo por pequeños lapsos, momentos de verdadera inspiración, pero a la mañana siguiente el hijo de puta siempre está ahí, para decirme que esto es una pérdida de tiempo, para llenarme de miedos y tirar a la basura mi inspiración de la noche anterior.

Mi familia se la lleva bien con el guardia, suelen abrazar mucho este fracaso, me dicen que es más probable que con él me alimente, que con el artista me iba a morir de hambre. Noto que el guardia es un verdadero imbécil, un pésimo empleado, saboteando todo por lo que he trabajado. Lo he despedido la mañana del lunes, abrí la puerta de la jaula al artista, lo alimenté con un concierto de Tchaikovsky, lo dejé fluir y tomar riesgos, lo dejé vivir nuevamente. Le he dado libertad total para crear, romper reglas y construir el mundo a su medida. Para eso dejé ir al fracaso, y escapé de sus susurros mañaneros, de todas esas inseguridades. Necesitaba entender que el miedo me arrebataba la vida y rompía mis sueños. En las noches más difíciles esas inseguridades aún escuecen en mí, y el guardia intenta regresar. Justo en esos momentos, cuando todo parece imposible, cuando el frío de Alaska se posa en mi pieza, cuando todo es tan oscuro que pienso que no hay nada para el artista que vive en mí, en esos momentos que me rodea un lóbrego inmenso, abrazo más fuerte al poeta, al pintor, al músico, al bailarín. Encendemos juntos las luces del escenario y todo miedo y penumbra se va temporalmente. Consciente de que el arte también radica en eso, los momentos oscuros para volver a ver la luz.

Federico Reyes cursa la carrera de composición en la ESMD

hola@literalika.com