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Zona Literálika · BLOG

Carta a la mujer de aquella mesa

Carta a la mujer de aquella mesa

Por Ángeles Favela

 “Los límites del lenguaje son los límites del pensamiento”

José Emilio Pacheco

 

Te vi por vez primera sentada en aquella mesa, estabas rodeada de tus hijos. Ellos conversaban, parecían evitar el silencio: no paraban de hablar. Tú permanecías atenta a nada como queriendo marcharte a través del punto fijo al que tus pupilas parecían estar atadas. Me pregunté en dónde estarían tus pensamientos, a qué lugar se habrían marchado tus recuerdos. Por instantes parecías perderte en algún gesto de tus propias manos o en las migajas de pan que alguien había puesto sobre tu plato. Eran bocados diminutos los que llevabas de vez en cuando a tu boca, pero luego olvidabas que era necesario masticarlos. A cinco metros de distancia yo te observaba, conteniendo mis ganas de ayudarte.

Te miraba de reojo, cada instante parecías a punto de escaparte, no por tus movimientos, ya que estabas como anclada a una silla de ruedas, pero eras tú hundiéndote hacia adentro, como si algo en tu interior te succionara hacia un hoyo negro, o un mar bravo te arrastrara hacia lo más hondo, y tú luchando con salir a flote. Ante mis ojos, los tuyos parecían ser las ventanas de esa huida-escape-regreso-huida-escape-regreso.

Era como si estuvieras zambulléndote en grandes olas de un océano invisible. Representabas frente a mí la perfecta escena de alguien que se ahoga, se hunde, emerge, toma aire y sin querer volver a hundirse es presa de una fuerza incontrolable que la convierte en un juguete hasta que la lucha por instantes (ilusoriamente) pareciera haber terminado. Nunca había tenido esa sensación: de ver cómo alguien se hunde una y otra vez, sin que nadie pueda, sin que nadie intente, sin que nadie grite por ayuda, sin que un tumulto esparcido alrededor de una tragedia haga nada, absolutamente nada para sacar a alguien más de la marea.

El restaurante estaba repleto, pero tú parecías estar muy sola. No podía dejar de observarte. Tenías la mente en blanco y por instantes breves parecías entrar en sintonía, así te vi durante un poco más de una hora.

Esa mañana, alguna de tus hijas te habría peinado y maquillado, hasta imaginé que podría ser tu cumpleaños, pero quizá mientras te arreglaban frente al espejo te preguntarías quién era esa mujer que te miraba en silencio imitando tus propios gestos.

Y yo, en ese instante, recordé aquella carta con la que un día alguien había ganado un concurso de escritura en un país lejano:

*Querida Julia.

Por si mañana ya no soy capaz de entender esto que me ocurre.

Por si mañana ya no puedo decirte cómo admiro y valoro tu entereza, este empeño tuyo por estar a mi lado, tratando de hacerme feliz. A pesar de todo, como siempre.

Te escribo ahora, mientras duermes, por si mañana no fuera yo el que amanece a tu lado. En estos viajes de ida y vuelta cada vez paso más tiempo al otro lado y en uno de ellos, ¿quién sabe?, temo que no habrá regreso.

Por si mañana ya no fuera consciente de lo que haces. Cuando colocas papelitos en cada puerta para que no confunda la cocina con el baño; cuando consigues que acabemos riéndonos después de ponerme los zapatos sin calcetines; cuando te empeñas en mantener viva la conversación aunque yo me pierda en cada frase; cuando te acercas disimuladamente y me susurras al oído el nombre de uno de nuestros nietos; cuando respondes con ternura a estos arranques míos de ira que me asaltan, como si algo en mi interior se rebelase contra este destino que me atrapa. Por esas y por tantas cosas. Por si mañana no recuerdo tu nombre, o el mío.

Por si mañana ya no pudiera darte las gracias.

Por si mañana, Julia, no fuera capaz de decirte, aunque sea una última vez, que te quiero.

*Carta escrita por el periodista Jesús Espada,

ganador del primer premio 2014, Cartas de amor, en Cobisa (Toledo).

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